martes, 28 de abril de 2009

viernes, 24 de abril de 2009

poema gitano

I

Nimia puerta a la locura
Desembocadura de tristeza
Baratas de la guarda, dulce compañía
Lucidez a la deriva
Quijotes en llamas, libertades prohibidas
Reyes y bufones, asesinos, perdedores,
Héroes, violadores en el pacto de sus miedos
El lenguaje en la tiniebla, la razón en el desorden
Sombras inexplicables se repiten como marionetas
Entre biombos de sabanas rotas,
Mundanidades primitivas, delincuencias dogmaticas
Híbridos de fe entre vírgenes confusas,
Sórdidas plegarias que se pierden como gritos.


II

Poesía quemándose de lágrimas
Lagrimas ahogadas por las moscas
Hostias de migajas para la liturgia
De los últimos muertos.
Suenan rejas castigadas de delirio
Vuelan ángeles que forman asesinos
Ollas quemadas como recuerdos
Carruseles sin sentido, me retuerzo
Amarrado como caballo de ajedrez
Legiones apócrifas. Contaminadas de
Salmon y evangelios, tierras prometidas
Campos de guerra cuadriculadas.
El tiempo pasa como paraderos sin número

III

Chiches borrachos de sangre
En un mundo triste y sepultado
Rejas y candados encierran la peste
Entre los patios.
Amantes de fantasmas, inocentes resignados
Correas y cordones, la salida del pasado
La alegría es un hedor desvanecidos entre los santos.
Carácter de poeta, comportamientos de malditos
Escupo la leche de la madre nuestra
El spleen del encierro, príncipes caneros
Teatro de la reclusión, mascaras agrietadas
En la muchedumbre y yo
Ese yo… olvidado de palabras

IV

Mi alma de calleja oscura
Mi corazón de ases se perdió
En un full salvaje
Corazones perdidos al azar
Tropezando entre los infiernos
Sonrisas asustadas, rematados
Con alma de niño.
El mate, las cartas, el cigarro
La luna rencorosa no aparece
De ese lado
Me confundo en mis oníricos horrores
Despierto y mi cuello parece un
Péndulo agotado por el tiempo.

sábado, 4 de abril de 2009

FANTASMA

A veces le faltaba el alma, a veces solo le faltaban sus zapatos de tacón, a veces olvidaba sus lágrimas esparcidas entre rincones que no recordaba, a veces le faltaban sus pastillas y sus recuerdos que decía haber empeñado en el bazar de la esquina. A veces podíamos bailar y desmayarnos deseando no despertar, a veces faltaba para la renta o para más pastillas. Yo solo quería comer lechugas y ella ver como las garumas se perdían en el desierto. A ella no le gustaba la arena entre sus pies, ni la orilla del mar crucificando a las sirenas. Yo ya no escribía, ella ya no amaba. El gato se fue cerca del mes de julio y las demás cosas comenzaron a desaparecer de a poco. Habían duendes dijo, era un hecho. Entonces conocimos a dos Eric y Ford, al principio parecían amigables, pero luego comenzaron a tomárselo todo, el vino, los conchos de las botellas de cerveza. Yo ya no escribía y dos enanos usaban mi casa de cantina. Ella seguía olvidando los zapatos y las pastillas.

poetas muertos en el infierno

.... 666

(esto aún no tiene nombre)

Debo matarla
Volver al principio
acordarme de quién son los labios
sobre mi ventana
debo mirar la lechuga
desenterrar el cuerpo
y beber de la teta de mi madre
y asumir que soy poeta
poeta del devenir y no de la metáfora.

MUERTE EN LAS VEGAS

Siempre tenía las uñas sucias y podía comer hamburguesas sin engordar, llevar los dedos pegoteados de mostaza y decirme que todo va a estar bien.
- Todo va a estar bien-, dijo y la mostaza se escurría por los lados. Ella se prostituía del lado contrario de la calle, mirando hacia el mar. Yo paraba autos mirando al cerro, cuando nos cruzábamos a fumar un cigarrillo mirábamos a la ciudad. Siempre le gustaron las luces de la ciudad y las hamburguesas y decir que todo iba a estar bien. Si la noche iba bien parábamos de jugar con desconocidos y paseábamos como si todo realmente importara algo, fumando cigarrillos caros y hablando de Elvis y Las Vegas, yo siempre estaba colocado de tristeza, ella comía hamburguesas y evitaba limpiar sus dedos impregnados de mostaza. Ella quería una pequeña caja que no traía nada, no había música ni bailarina en aquella caja, yo quería que ella me guardara dentro, que me diera una respuesta – Moriremos en Las Vegas- dijo.

El velorio

Alicia cerró la puerta, en el fondo siempre supo que nadie llegaría, nadie celebraría ni se despediría. Alicia cerró la puerta y pensó en Rebeca.
Obscurecía o oscurecía, las campanadas ya no sonaban. Alicia miró el pastillero de Rebeca, como una niña puso atención sobre cada uno de los caramelos quienes amistosos y suicidas se posaban en los pequeños compartimentos de un objeto de plástico cristal. Volvió al living, saco cuentas nuevamente, pensó en la muerte otra vez, acarició el ataúd como la caricia de una araña sobre la piel. Suena el citófono y Alicia no sabe si contestar, se deja caer sobre un sillón y una lágrima zigzaguea sobre su rostro, cuando contesta ya no hay nadie, Alicia mira por el ojo mágico, afuera solo queda el color de la calle.
El ataúd esta sellado, Alicia aún puede recordar el pelo de Rebeca, el aroma de su ropa cuando llegaba del trabajo y se abrazaban como niñas, las madrugadas y los amaneceres
Le apenaba saber que nadie vendría, que pese a todo nadie se acordaba de Rebeca, miró las tazas sobre la mesa del comedor, se acercó a servirse un café, dudó sobre poner música mientras revolvía el azúcar. Se acercó al pastillero que estaba sobre el ataúd, cada píldora venía con una cruz incrustada, cada cápsula con un color artificial.
Del otro lado del ataúd Rebeca pensó en Alicia, en como su llanto se agitaba igual que el día de su nacimiento.